Que el dinero sea el único Dios comporta muchos problemas.
Sin paraíso o reencarnación el miedo a la muerte deviene insoportable;
ni los más ricos pueden comprar la salvación eterna.
Lo impermanente y finito de la existencia y de la moneda
no puede competir con el alma inconmensurable del cosmos,
ni con el vacío hiriente de sabernos transitorios y mortales.